El pasado 19 de diciembre, la catedral vallisoletana acogía el estreno del Oratorio de Navidad compuesto por Ernesto Monsalve (Valladolid, 1985), David Rivas (Toro, 1980), Pablo Toribio (Medina de Rioseco, 1974) y Óscar Leanizbarrutia (Palencia, 1989), una obra surgida de las circunstancias de la pandemia que utiliza el mismo texto empleado por Saint-Säens en 1858 para su conocido Oratorio de Noël. Un proyecto ideado e impulsado desde la Fundación Eme precisamente cuando, intentando programar un concierto extraordinario y benéfico en el contexto de la pandemia que nos asola desde hace ya casi un año, descartaba la obra del compositor francés por precisar unos efectivos corales incompatibles con las limitaciones impuestas por la autoridad sanitaria.
Cuatro compositores castellanoleoneses, generacionalmente próximos, que han trabajado codo con codo, cada uno con su estilo y personalidad, pero ofreciendo un todo unitario. No ha sido tarea fácil, pues el texto empleado es un compendio de fragmentos bíblicos propios de la Liturgia de Navidad de no fácil hilo conductor, más próximo a una reflexión o a una contemplación del Misterio de la Encarnación que a una narración al uso. De hecho, el único episodio narrativo es la Anunciación a los pastores, en el número que sigue inmediatamente a la Obertura, tomado del Evangelio de Lucas. A partir de ahí, una serie de textos poéticos –Salmos– y proféticos –Isaías, Jeremías (Lamentaciones)– nos hacen partícipes de la venida del Salvador, para culminar en el Tollite Hostias con el que toda la asamblea se regocija.
El conjunto musical es de gran calidad y el enfoque de cada compositor ofrece el adecuado contraste. Los sones épicos de Rivas nos transportan a las puertas de la ciudad de Belén y al anuncio del ángel a los pastores –Gaudium Magnum–, sin renunciar a una armonía evocadora de gran belleza –Benedictus–. Las dudas e incertidumbres del ser humano, con una melancólica esperanza en el que ha de venir, quedan expuestas con maestría en los números más introspectivos de la mano de Toribio –Expectans expectavi, Domine, ego credidi–. El gozo interior de los hombres se desborda en el fresco y ágil Aleluya de Leanizbarrutia, quien con hábil mano construye un imponente clímax en Splendoribus Sanctorum, cargado de ascetismo. Monsalve se ocupa de las partes corales, que en el estreno han recaído en los propios solistas por las limitaciones de la crisis sanitaria –los dos Gloria o el Tollite Hostias final–. Son números entroncados fuertemente con la tradición centroeuropea del género, de sólida orquestación y efectivo remate a las secciones de la obra. Precisamente, el final comienza a modo de un coral de fácil entonación por la asamblea para irse diluyendo en armonías más contemporáneas pero conservando el motivo de la anunciación a los pastores y rematado antes de su conclusión por un solo de timbal sobre dicho motivo –¿atemporalidad del que fue, es y será, cuya esencia y presencia atraviesa los diferentes estilos artísticos?–.
El estreno corrió a cargo de Ana Lucrecia García (soprano), Beatriz Gimeno (contralto), Alain Damas (tenor) y Luis Santana (barítono). Son voces con gran personalidad, ofreciendo el adecuado contraste tímbrico en los números de conjunto. García posee una voz expresiva, inteligentemente manejada en los filados y con gran sensibilidad en el fraseo; Gimeno ofrece un timbre aterciopelado de verdadera contralto, con un sólido grave; Damas, deslumbra con su instrumento brillante de tenor lírico, riquísimo en armónicos; mientras que Santana exhibe su voz viril y expresiva, de gran aliento dramático. La Joven Orquesta Sinfónica de Valladolid, dirigida por su titular –y a la vez uno de los compositores– Ernesto Monsalve, desarrolla un trabajo de gran profesionalidad, máxime tratándose de un estreno y con la dificultad añadida de tener que utilizar atriles individuales en la cuerda y un cierto distanciamiento que complica el empaste y el equilibrio entre secciones. La cuerda es redonda, posee músculo en los tutti y frasea con elegancia, maderas atentas en los diferentes solos, metal con fuerza y una excepcional percusión –impecable precisión del timbal–. La actriz María Galiana recita, con esa belleza sencilla que la caracteriza, los poemas de los interludios, debidos a Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez y Carlos Aganzo.
Teniendo en cuenta que este proyecto se ha fraguado en apenas un mes, no podemos sino elogiar a los que lo han hecho posible, y elogiarnos por poder contar con semejantes talentos de nuestra tierra, en nuestra tierra y para nuestra tierra. La sobriedad herreriana de la catedral vallisoletana, paradigma de la arquitectura de la contrarreforma en España, ofreció un marco incomparable para el estreno, con la renovación que en 2017 se realizó de la iluminación del altar mayor, obra cumbre del escultor Juan de Juni. Que podamos disfrutar muy pronto y muchas veces del resultado de iniciativas de este tipo.
Álvaro Cordero Taborda